30 marzo 2006

Flopa o el fulgor

Tengo que hablar, una vez más, de Florencia Lestani, más conocida como Flopa.
Hace poco soñé que le prestaba mi bajo. Así como lo cuento. Después el sueño se enredaba en una serie de conversaciones absurdas, gente que aparecía y desaparecía. La lógica inextricable de los sueños, ya se sabe: esa clase de extrañeza.
Al escuchar sus canciones se siente algo parecido. Algo que hay en ellas resulta conocido pero no del todo. En todo caso tampoco podríamos decir con precisión qué es. Hay una emoción replegada en el corazón de su música, un núcleo eterno, mineral: una emoción implícita.

Hace dos años algunas de sus estupendas composiciones pudieron apreciarse en Flopa Manza Minimal, el disco que grabó junto a Mariano Esain y Ariel Minimal. Sonajeros, Abrazo impacto y, sobre todo, la inmortal Debajo del álbum blanco eran verdaderas perlas, pequeñas maravillas que honraban un disco por otro lado magnífico. Dulce fuerte grave, su primer disco solista, fue bastante más que una continuación de la línea trazada por aquellas canciones. Aquí hay una belleza reconcentrada, dura, que funciona como una emanación, o mejor, como un fulgor, un centelleo que golpea la mirada y hace parpadear. Incluso la única canción que no es de su autoría, la graciosa Il leone e la gallina, de Lucio Battisti (cantada en un precioso italiano), Flopa la ha hecho suya con total naturalidad, como si ella en verdad no cambiara nunca de idioma, como si en sus letras trabajara también una especie de extranjeridad (refugio seguro de lo siempre nuevo, de lo otro): uno siente en ellas un estremecimiento del sentido, un palpitar de las formas; en definitiva, una crisis de la lengua (o una “lengua crítica”). Flopa procede como una auténtica poeta: mediante una sintaxis nueva crea a su vez un sentido. Como si intentara decir algo que no ha sido dicho antes. La palabra como convulsión y misterio, entonces.
Los temas de este disco son como átomos sueltos, mundos flotantes ante cuya visión, la perplejidad suele ser la única reacción posible. La mañana es una melodía inolvidable, con un texto maravilloso, que discurre brevemente, sigilosa como una lágrima. Flopa canta con una autoridad real en la voz, una especie de don clarividente. Así, cuando en Días y ensueños se la oye decir “mis manos se marchitan...” uno cree (está seguro de ello), efectivamente, poder ver dos manos extendidas, dos manos a las cuales les es negado todo contacto humano. Espejismo va creciendo hacia un pico intenso, dramático, que ella canta como si fuera el lamento de un animal herido.
No puedo dejar de pensar que si Flopa tuviera la suerte que se merece, algunas de estas canciones deberían con toda justicia convertirse en clásicos. No importa. Serán, si no, clásicos ocultos, subterráneos. Canciones a las cuales recurrir en los días tristes. O en todos los días. Esas canciones, y las que faltan, las que vendrán, estarán allí, duras como diamantes.

Flopa está por grabar su segundo disco, que saldría este año. Mientras tanto, toca los días 7, 14, 21 y 28 de abril a las 22,30 en Plasma, Piedras 1856 (cerca de mi barrio), Capital Federal, cada show con músicos distintos. Hay que ir, es obligatorio. La mejor cantante y compositora de rock argentina lo merece. Queda dicho.

25 marzo 2006

Santaolalla hasta en la sopa

¿Qué onda con Santaolalla? De pronto, pum para arriba, es nuestro máximo embajador, un orgullo nacional. Es Santa Olalla, el patrono de nuestro rock. Un argentino en Beverly Hills. El bueno de Gustavo se ganó un Ossscar y de ahí en más seguimos sus pasos con una especie de encantamiento, esa fascinación provinciana por el reconocimiento que se dispensa a nuestras figuras en el exterior. Los programas de televisión se hacen eco rápidamente del asunto. El músico argentino ha ganado el don de la omnipresencia, pasa a integrar un Panteón junto a otras personas encumbradas de nuestro medio, como Nazarena o Luciana. Santaolalla de acá, Santaolalla de allá. Su mujer fotógrafa que casi no habla, la madre jubilada que habla hasta por los codos, que cómo era gustavo de niño, si jugaba a la pelota, si se portaba bien, ¿tocaba el charango de chico, gustavito?. María Laura pone cara de circunstancia, que es la cara que pone cuando no entiende nada, y presenta la nota. Santo hace un rictus, parece que va a reír pero es falsa alarma, asiente con expresión de sabio viejo que todo lo comprende (más por viejo que por sabio): qué loca esta juventud con sus ritmos modernos. Y ahí vamos, a ver las imágenes. Qué capos los argentinos, siempre destacando en todo. Vean la figura más bien gruesa del ex integrante de Arco Iris si no. La esposa ve la grabación de la entrega de los Oscars y se emociona. La madre no. La madre está viviendo más plenamente los quince minutos que se les tiene reservados a los que están cerca de los que han sido ungidos. Es una fama que opera por contagio, por mera contigüidad de las partes, como una corriente eléctrica.
Personalmente me tiene re podrido la exposición de Santaolalla. Su música no me gusta, Mañana campestre me parece una canción demasiado candorosa y también un poco tonta. Sus promocionados trabajos como productor me parecen aun menos convincentes que sus propios discos, salvo el primero de León Gieco, que no estaba mal. Su famoso sello personal tiende a uniformarlo todo, a repetirlo todo. Produjo a artistas horribles como Bersuit, Molotov, Juanes y Árbol. El que le produjo a Juana Molina es el peor de ella. La música de 21 Gramos es completamente anodina, igual que la película. De la de Secreto en la montaña no hablo porque no la oí. Me contaron que se parece a la que hizo Ry Cooder para Paris – Texas. Me parece difícil.
Lo que sí, tendremos Santaolalla para rato. Por desgracia. Parece que los proyectos le llueven como los dólares. Qué remedio, nos enteraremos de todo aunque no querramos. Los Estados Unidos son así, el trabajo duro y la intrepidez dan sus frutos, dicen. The home of the brave. Sí lo sabrá Gustavo.

20 marzo 2006

Feriado no, Por M. Fernanda Torrent

Siempre que se acerca esta fecha me pongo triste. Con ese sentimiento de tristeza se hace lo que se puede. Iré a una marcha, no miraré la tele, no leeré el diario.

¿Feriado el 24 de marzo? Para nada.
Desde el Poder Ejecutivo se impulsó la medida y se consiguió su aprobación. Claro, casi nadie se quería perder quedar del lado bueno. Algunos canallas lavan su imagen demasiado rápidamente. Los que argumentaron en contra recibieron lecciones de moral (al gobierno le encanta hacer eso); Cristina se enfureció con los sediciosos, dice que se sintió sorprendida de que sectores llamados progresistas no dieran su apoyo. Es un encanto Cristina, te dan ganas de agarrarla de las mechas.

El afán de clausura de Kirchner y Cía. debería estar tipificado como alguna clase de patología. Una obsesión o algo así. Me explico mejor. Parece querer tener la última palabra en todo, como si dijera hasta este momento fue una cosa, desde ahora es otra. Clausura e inauguración son los términos de esa ecuación. Se apropia de una idea y la hace suya, la presenta como nueva. Es hábil en eso, el tipo. Kirchner lo hizo, ja.
Los años Setenta no escapan a esa lógica. Te dicen caso cerrado, ya está. Y a otra cosa mariposa. Las pelotas, digo yo. Y es que entretanto, el gobierno deja cosas sin hacer. Cosas grosas. Como la anulación de los indultos, por ejemplo. Casi nada. No simpatizo con la concepción de la política como metafísica de Lilita Carrió, ni con su esoterismo católico, pero ella ha dicho algo muy justo: los supuestos campeones de los derechos humanos se negaron el otro día siquiera a considerar la anulación de los indultos de Menem. Tiene razón Lilita. Mientras escribo escucho que se prepararía una derogación de los indultos por decreto. Veremos qué pasa.

Declarar día no laborable, feriado, lo que sea, el 24 de marzo tiene una especie de significado simbólico: es el Fin de la Historia. Poesía pura. Eso estuvo en la cabeza de Hegel cuando escribió La fenomenología del espíritu. ¿Qué hay en la cabeza de Kirchner? Una idea poética semejante, sospecho. El Presidente está como encandilado por la visión de la aurora, la luz cegadora de los amaneceres. Tabula rasa podría ser su expresión preferida. Eso debe ser algo que viene en el ADN de todo peronista que se precie, una marca de fábrica. Si algo se terminó, ya está, de eso no se habla más, del mismo modo que nadie le discute a los héroes de la patria el derecho al bronce.

Hacer del 24 de marzo un feriado significa incorporarlo a una serie, oficializarlo. No mantener activa la memoria sino neutralizarla, ya cumplimos, todo ha sido dicho (por nosotros) de una vez y para siempre. Quedará el museo, en el que todo está mudo: en los museos los objetos no hablan por sí sino en relación a lo que los rodea. Su voz es oficial, es la voz del contexto.
Marcha, movilización, memoria, eso sí. Feriado no. Yo no festejo. Que festeje el gobierno.

16 marzo 2006

Fer te doy

Una vez mostraron ese cartel. Fer, te doy. Eso decía. Se habían comido la coma pero no importa. El lenguaje de la calle discurre así, con semántica y sintaxis brutales, aunque los escribas pertenecieran a la más estricta clase media y hubieran ido, o tal vez fueran aun, a un colegio privado. Era la tribuna del programa Duro de domar. Hay pancartas, hay trapos como en la cancha o en un concierto de rock en esa tribuna.
Yo miraba la tele y di un respingo. ¡Bien, alguien que se dio cuenta, que se fija en ella!, me dije. Alguien que la considera objeto de deseo por fin. ¿O estoy solo en este mundo acaso? Me refiero a la periodista Fernanda Iglesias, panelista de Pettinato: la destinataria del cartel. Sus ácidas columnas en Espectáculos de Clarín le valieron enemigos cuantiosos entre los integrantes de ese puterío insatisfecho y egocéntrico denominado farándula. De allí a integrar un panel en mi programa preferido de televisión, un solo paso.
No importa la modelo que le pongan enfrente, llámese Jackie Keen, Dennis Dumas o la que está ahora, Úrsula Vargues, Fernanda les pasa el trapo a todas y que vayan saliendo nomás. Les gana en belleza, en sarcasmo, en gracia, en inteligencia. Sus peleas con el Chavo Fucks son memorables. Sus mohines cuando es objeto de burla de Petti también. En el programa tiene reservado el lugar de la criticona, el de la mina víbora. Ella acepta ese papel gustosa, muestra las garras. Pero a la vez se da maña para cuestionarlo, para volverlo parodia. Para ponerlo en suspenso.
La sonrisa más hermosa y la risa más lúcida de la televisión se dan en una misma persona. ¿Qué más se puede pedir, digo yo?

14 marzo 2006

Saint Patrick, go and fuck yourself!

No fui al Beer Fest. No iré a Saint Patrick´s. De pronto, estoy harto. Las multitudes de bebedores babeantes me hartan, la cantidad de gente que de golpe parece que alguien les aflojara una correa y tuvieran la imperiosa necesidad, la obligación rabiosa de divertirse me harta también. Todo ese jolgorio milimétricamente planificado. Prefiero hacer otra cosa, ir a comer al Cuartito o algo. Prefiero quedarme en casa y fumar faso mientras escucho... ¿Qué cosa? Mis discos de estos días. Life Pursuit, de Belle & Sebastian. El disco en vivo de Pez. Dulce Fuerte Grave, de Flopa (ése es de siempre, de todos los días). Prefiero estar con Fernanda y mirar la tele. Eso.

13 marzo 2006

El sueño

Soñé que cantaba la canción Tiny Dancer. Había algunos amigos, era una comida o algo. En todo caso yo estaba parado ante una mesa.
Tiny Dancer es un tema de Elton John compuesto hace añares, una especie de clásico olvidado. Por entonces Elton cantaba como nunca, era sexy, créase o no a las mujeres les resultaba muy atrayente. Su pelo era natural y su ambigüedad sexual estaba convenientemente dosificada. Y era capaz de hacer canciones como la que nos ocupa: ligera, emotiva hasta la médula, con un extraño poder de evocación, ese atractivo misterioso que alguna vez ha mencionado W.H. Auden al referirse a la música popular.

En un momento, esa canción que yo canté, hace rimar ballerina con have seen her. Magnífico. Elton y su letrista Bernie Taupin caminan por la cuerda floja pero salen airosos. Son bailarines en la oscuridad. Son equilibristas elegantes y atrevidos. Tiny Dancer tiene la consistencia del marfil y el poder de la Piedra Filosofal.

Esta gran canción fue rescatada hace unos años por el director Cameron Crowe para su película Casi famosos, mitad autobiografía, mitad cuento de hadas. Casi famosos no es una gran película. Pero me fascina. Tiny Dancer suena en el centro mismo del film, es su corazón o su sistema nervioso. Esa escena central, que en un cineasta menos hábil para la marcación de actores habría devenido en desastre, me conmueve cada vez que la veo. De pronto esa canción parece a punto de revelar su razón de ser. O acaso se trate de la razón de ser de toda la música pop. Es algo ambiguo pero poderoso, un sentimiento de familiaridad, incluso de confraternidad. Un trazado invisible que establece una comunidad de cuerpos, de voces, de sentimientos. Después todo se desvanece. Pero queda una sensación residual, la vaga convicción de haber asistido a algo así como una epifanía.

En sueños canté esa canción. Yo que por estos días, afectado por un problema en las cuerdas vocales, no puedo ni cantar la de la cucaracha que ya no podía caminar. La cucaracha que ya no podía cantar, ja.
Soñé que cantaba Tiny Dancer y en sueños dejaba escapar un lágrima feliz, quién sabe por qué. Hay gente así, tenemos sueños de vuelo bajo, apenas a la altura de nuestros deseos.

10 marzo 2006

¡Todos los días quilombo!

Es lo que podría exclamar uno de los personajes de esta película, que debe encerrar con siete llaves a su mujer cada mañana antes de ir a trabajar. Porque el caso es que ella, invariablemente, consigue salir. Y provoca desastres. La dama en cuestión es Beatrice Dalle, antes adolescente súper sexy (remember Betty Blue?), ahora cuarentona, súper sexy también.
La película es Trouble Every Day, horriblemente traducida para su edición argentina en dvd como Sangre caníbal, título erróneo y más bien desalentador.
La mínima parte de la trama descripta arriba se complementa con otra, igualmente irrelevante y no menos disparatada. Un ex científico norteamericano aterriza en París (ciudad en la que viven la mujer escapista y su atribulado marido), se supone que en viaje de luna de miel. Pero al poco (poquísimo) tiempo, por la pinta de sacado del actor Vincent Gallo que lo encarna, vemos que no, que está pasando otra cosa. Una cosa fea. Su joven esposa, enamorada e inocentona, nada advierte.
Todo ello no parece muy prometedor, ya lo sé. Pero hay que decir esto: la película es extraordinaria. La directora Claire Denis filma opresivos travellings en pasillos de hotel, planos fijos de la ciudad bellísimos y, se verá porqué, angustiantes, trabajados con una precisión de orfebre. Los abundantes planos detalle de los cuerpos trasmiten una extrañeza extrema, como si fueran imágenes de territorios marcianos. La música del grupo Thindersticks discurre con una serenidad de susurro, con una insistencia mántrica. Trouble Every Day exhibe casi impúdicamente la fatalidad del amor y la angustia de los amantes cuya unión está vedada. Ese malestar, universal desde Shakespeare en adelante, encuentra en la puesta de Denis un vehículo para el horror y, acaso, a juzgar por el ambiguo, inquietante final, un modo de exorcizarlo.
Trouble Every Day (o Sangre caníbal, puaj) se vende por 20 mangos en las cadenas Yazz. El que esté interesado ya sabe.