Flopa o el fulgor
Tengo que hablar, una vez más, de Florencia Lestani, más conocida como Flopa.
Hace poco soñé que le prestaba mi bajo. Así como lo cuento. Después el sueño se enredaba en una serie de conversaciones absurdas, gente que aparecía y desaparecía. La lógica inextricable de los sueños, ya se sabe: esa clase de extrañeza.
Al escuchar sus canciones se siente algo parecido. Algo que hay en ellas resulta conocido pero no del todo. En todo caso tampoco podríamos decir con precisión qué es. Hay una emoción replegada en el corazón de su música, un núcleo eterno, mineral: una emoción implícita.
Hace dos años algunas de sus estupendas composiciones pudieron apreciarse en Flopa Manza Minimal, el disco que grabó junto a Mariano Esain y Ariel Minimal. Sonajeros, Abrazo impacto y, sobre todo, la inmortal Debajo del álbum blanco eran verdaderas perlas, pequeñas maravillas que honraban un disco por otro lado magnífico. Dulce fuerte grave, su primer disco solista, fue bastante más que una continuación de la línea trazada por aquellas canciones. Aquí hay una belleza reconcentrada, dura, que funciona como una emanación, o mejor, como un fulgor, un centelleo que golpea la mirada y hace parpadear. Incluso la única canción que no es de su autoría, la graciosa Il leone e la gallina, de Lucio Battisti (cantada en un precioso italiano), Flopa la ha hecho suya con total naturalidad, como si ella en verdad no cambiara nunca de idioma, como si en sus letras trabajara también una especie de extranjeridad (refugio seguro de lo siempre nuevo, de lo otro): uno siente en ellas un estremecimiento del sentido, un palpitar de las formas; en definitiva, una crisis de la lengua (o una “lengua crítica”). Flopa procede como una auténtica poeta: mediante una sintaxis nueva crea a su vez un sentido. Como si intentara decir algo que no ha sido dicho antes. La palabra como convulsión y misterio, entonces.
Los temas de este disco son como átomos sueltos, mundos flotantes ante cuya visión, la perplejidad suele ser la única reacción posible. La mañana es una melodía inolvidable, con un texto maravilloso, que discurre brevemente, sigilosa como una lágrima. Flopa canta con una autoridad real en la voz, una especie de don clarividente. Así, cuando en Días y ensueños se la oye decir “mis manos se marchitan...” uno cree (está seguro de ello), efectivamente, poder ver dos manos extendidas, dos manos a las cuales les es negado todo contacto humano. Espejismo va creciendo hacia un pico intenso, dramático, que ella canta como si fuera el lamento de un animal herido.
No puedo dejar de pensar que si Flopa tuviera la suerte que se merece, algunas de estas canciones deberían con toda justicia convertirse en clásicos. No importa. Serán, si no, clásicos ocultos, subterráneos. Canciones a las cuales recurrir en los días tristes. O en todos los días. Esas canciones, y las que faltan, las que vendrán, estarán allí, duras como diamantes.
Flopa está por grabar su segundo disco, que saldría este año. Mientras tanto, toca los días 7, 14, 21 y 28 de abril a las 22,30 en Plasma, Piedras 1856 (cerca de mi barrio), Capital Federal, cada show con músicos distintos. Hay que ir, es obligatorio. La mejor cantante y compositora de rock argentina lo merece. Queda dicho.