Las palabras
Siempre se oye esa palabra. Es parte del lenguaje del periodismo de rock, como así también de los que gustan de esa música. Se dice: esto es más rockero, aquello menos rockero; igual de rockero lo de más allá. Y así siguiendo. A veces (pocas), rockero es un sustantivo, una palabra que describe un objeto identificando alguno de sus atributos. Como cuando se dice de un disco que tiene predominancia de guitarras eléctricas: rockero. O cuando la palabra se emplea en su versión original inglesa: rocker. El que hace rock. O, en su defecto, el que lo escucha.
Casi siempre es un adjetivo que, curiosamente, otorga un valor siempre de signo positivo, como un certificado de calidad.
A mí el rock me gusta mucho. Lo rockero no me gusta nada. El rock es lábil, ligero, emotivo, misterioso, incluyente, cambiante, neutro. Lo rockero es serio, autoindulgente, grave, intolerante. Obtuso. Rockero me parece un término asociado al matonismo y al desprecio por el prójimo. Algo fuertemente ligado al discurso de las cofradías, de los círculos cerrados, con una evidente connotación de orden moral. Si se dice que un disco no es nada rockero se está diciendo: ese disco es una mierda. Poco más o menos. Los guardianes del protocolo son celosos de su trabajo, eso se sabe. Y suelen inclinarse por las sentencias rotundas, lapidarias. Lo que es rockero es macho, viril, fuerte: duro. Lo que no, es blandito, suave, femenino: medio puto.
Para mí lo rockero es como una mueca, un gesto torpe, risible, que se piensa como esencial pero solo es una versión degradada, simiesca del rock. Como si dijéramos lo chino y lo chinesco. En esta especie de tensión, de guerra terminológica (e ideológica ) me temo que en la Argentina lo rockero va ganando terreno. Es una lástima, otra de nuestras desgracias nacionales para agregar a la lista.
El rock nos invita a la exploración y a la aventura. Y a no quedarnos quietos, a no anquilosarnos en nuestras convicciones, a ponerlas constantemente a prueba. Yo apuesto ahí.